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Escribió una biografía improbable, casi imposible. Nacida en el sur del país, con marcas en su cara, en familia clase media a ratos empobrecida. Y mujer.

Y aún así, en ese Chile conservador y clasista en el que nació hace hoy 100 años, Violeta Parra  venció el destino de la mayoría de las que como ella debían tener una vida tradicional.

Sin redes, pero con talento, con genes de artista,  creció hasta volverse gigante. Cantautora, pintora, escultora, recopiladora de la música popular de Chile.

Sus arpilleras y sus canciones hablaron de pobreza, de amor, de dolor, de América Latina. Y llegó a ser una de las principales folcloristas del continente.

En Chile no la olvidamos, pero redujimos y edulcoramos su memoria. Las simplificamos por ejemplo al repetir que el desamor la había llevado a suicidarse. Ella la que nunca necesitó a un hombre para definirse.

Hoy, cuando quienes ostenta el poder son cuestionados, resuena la pregunta de Violeta de por qué Dios le da sombrero con tantas cintas a quien no tiene cabeza. En medio de un Chile desigual recordamos su denuncia de que la sopaipilla está picá para el pobre y nos pica como a ella.

Violeta ganó. Se impuso no su mito sino su mensaje y su figura.

 

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