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Un grupo de adolescentes disfrutando de la piscina del edificio en un día de calor. Una imagen de pura alegría para cualquiera que la vea… bueno, para casi cualquiera. Porque para una propietaria de un departamento de Ñuñoa fue motivo de molestia. La razón de su reclamo: que una de las jóvenes, de 16 años, era la hija de una trabajadora de casa particular que labora en el edificio, y que jugaba junto a los hijos de su empleadora.

Gabriela Rubio recibió el reclamo, y lo hizo público después de constatar lo más increíble: que la protesta tenía asidero en el reglamento del edificio, que permite a los residentes tener invitados a la piscina, pero prohíbe que esos invitados sean empleados de servicio o sus familiares. 

No es primera vez que esto ocurre en Chile… hemos visto varios casos indignantes de discriminación en que a empleadas particulares se les prohíbe usar la piscina, o se les obliga a vestir uniforme en áreas comunes de edificios, condominios y exclusivos clubes. Esta vez, la inhumanidad es aun mayor: se discrimina a una menor de edad de usar una instalación, invitada por el propietario, por el solo hecho de ser hija de una empleada. 

En Sudáfrica durante el apartheid, estaba segregado el uso de playas y piscinas: los negros no podían entrar a las reservadas para blancos. En el Chile de 2016 algunos parecen creer en una separación semejante, esta vez por clases sociales.

Parece impensable, pero es verdad. Reglamentos clasistas como ese existen, y peor aun, hay personas que e apoyan en ellos para defenderse de que un grupo de adolescentes de distintos orígenes puedan jugar juntos. Algo que parece una amenaza para una torcida idea de orden social.

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